Los procesos de complejización, expansión y estandarización del mercado de consumo llevaron a una paulatina ampliación de la funcionalidad pragmática de los nombres de productos y regiones, convirtiéndolos en verdaderos signos distintivos. Este entramado nominal adquirió su máxima expresión en las marcas comerciales, como signo indispensable para identificar de modo inequívoco lo mencionado. El citar el lugar de procedencia era, del mismo modo, otra manera de situar y permitir el reconocimiento de productos; un fruto seco, carnes, pescados o un aceite, pasaron a ser identificados por rasgos singulares y llevar un nombre de región, reconociéndose, pues, como, un jamón de Huelva, un aceite de Les Garrigues, un vino de Rías Baixas o un queso Manchego, entre una multiplicidad de nombres. Esta forma de nombrar a los productos agroalimentarios generó con carácter reglamentado las Denominaciones de Origen.
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