La apetencia de dominar y el sueño de emanciparse evolucionan una a expensas del otro. El mando considera que la fuerza es la ley soberana y, con ella en la mano, firman los tratados o los rompen; la propia guerra termina con esos arreglos despreocupados de consultar a los combatientes; en el cambalache de personas, el acto más nimio se ejecuta guiado por el brazo izquierdo de la locura del palo -su obrar muele un alma delicada
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