A principios de la década de 1990, el SIDA se había convertido en uno de los problemas sociales que en la sociedad occidental provocaba más preocupación. Probablemente, influía el hecho de que, desde la época del cólera y la tuberculosis, los países ricos no habían vivido nunca más una epidemia mortífera. En estos años, todavía no se habían descubierto medios para atajar el crecimiento de la infección y se produjo la circunstancia que determinados sectores de la sociedad de estos países se vio especialmente afectada por este problema. Se pusieron en marcha muchas campañas mediáticas y, como siempre, se pensó en intervenir en la educación como un instrumento de formación sólido y con futuro.
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