La experiencia acumulada en nuestro país en tomo a lo que conocemos como "talleres" tiene una larga y fundamentada historia (Mallart y Cutó, 1925; Piqueras, 1988; Viñao Frago, 1990). Al igual que otras alternativas pedagógicas, la incorporación de los talleres en la escuela sirve para enmarcar los límites de una corriente educativa que, aunque con divergencias más o menos importantes, representa una apuesta por una pedagogía integradora de conocimientos intelectuales y manuales, vitalista, inmersa en la realidad social y cultural y preocupada por hacer socialmente útil las prácticas formativas ligadas a la escolarización de la sociedad civil.
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