El devenir en las diferentes esferas del contexto social (educación, sanidad, política, economía, etc.) está respaldado por un discurso construido a partir de principios éticos y científicos que se presentan como fuente de la normativa reguladora de la práctica. Con frecuencia, sin embargo, se advierten incoherencias entre principios y directrices que, sorprendentemente, son asumidas, en muchos casos por una gran mayoría, sin que medie el debate y la reflexión sobre la raíz y alcance de las mismas. Esta situación, como veremos en el apartado siguiente, se mantiene gracias al reconocimiento social de que es objeto este tipo de discurso y al frecuente uso que de él hacen, en todos los ámbitos, quienes están instalados en el poder. El estatus que, en nuestra sociedad, poseen los principios éticos y científicos, sobre todo estos últimos, conseguido a partir de supuestos, como la neutralidad, la universalidad, el rigor, etc., es el que los convierte, a menudo, en instrumentos legitimadores de decisiones sobre la vida de los individuos, dificulta la toma de conciencia de la manipulación y alienación de que son objeto, y, consecuentemente, propicia el consenso en torno a esas decisiones.
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