En una sociedad mediática como la actual, la televisión —el medio de mayor penetración— se ha convertido en el primer elemento socializador ocupando los espacios y los tiempos que hasta ahora tenían reservados la familia y la escuela como elementos insustituibles para la educación personal y social.
Los medios de comunicación social y, en especial la TV, no son, hoy por hoy, un reflejo fiel, neutral y aséptico de la realidad social, sino una desenfocada imagen de ella, creada e impuesta desde intereses sobre todo económicos, pero también políticos e ideológicos y, por tanto, no constituyen una fuente de conocimiento y libertad, sino de contaminación y manipulación ideológica:un auténtico modelo educativo.
Detrás de la pantalla de información y entretenimiento que fue un día su origen, se oculta, en palabras de la UNESCO, «un sistema educativo universal y permanente» 1 , de modo que la actual avalancha de comunicación mediática equivale a un curso acelerado en valores, ideas, hábitos, costumbres, conocimientos y sensibilidades que forman parte del currículo oculto constituido por todo el conjunto de enseñanzas y aprendizajes no reglados que se asimilan inconsciente o subliminalmente. Constituye, en palabras de José Antonio Marina que hacemos nuestras, una gran parte de «el aire ideológico que respiramos: no lo vemos, no lo olemos, no lo tocamos, pero mantiene continuamente nuestro metabolismo vital. Nos domina con tal sutileza que no nos damos cuenta de su dominación...».
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