No se puede concebir a un educador que no ejerza la crítica y a la vez sea autocrítico. No podría crecer como persona ni podría propiciar el cambio y el crecimiento en sus educandos, en sus colegas, en la institución y en la sociedad en general. Un educador acrítico, irreflexivo e inconsciente no podría ostentar el título educador, puesto que terminaría siendo pasivo, reproductor y propagador, no sólo de lo que el sistema y la institución piden y mandan, sino de lo que los medios masivos propalan a diario. La crítica es el mejor abono, el mejor fermento que una persona, una institución y una sociedad puedan recibir para crecer, florecer y frutecer. Sin crítica estamos condenados a estancarnos y a pudrirnos, a convertirnos en piezas de museo y en moldeables juguetes por las ideas.
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