Parece obvio que compartiendo la idea de que es necesario implementar en nuestra sociedad el principio de diversidad en toda su acepción y complejidad, se hace necesario precisar adecuadamente este término sin extenderme más allá de lo necesario y de mostrar al mismo tiempo su complejidad. Para ello señalo mi plena adscripción a lo expuesto por J. Niessen (2000, 27):
“Más recientemente, el término diversidad ha sido utilizado para tratar la variedad de valores, estilos de vida, culturas, religiones e idiomas que caracteriza a las sociedades. En primer lugar, el término se refiere a la diversidad de la cultura, en general, y no exclusivamente como la consecuencia de los movimientos migratorios y de las comunidades minoritarias asentadas. En segundo lugar, cuando el término se aplica a los inmigrantes y a las minorías acentúa el valor y no los problemas que van asociados con ser diferente. Tercero, la diversidad reconoce los procesos simultáneos de la homogeneización cultural (una cultura global) y la diversificación (culturas nacionales y locales). Cuarto, subraya el hecho de que las personas normalmente (y cada vez más) poseen múltiples identidades, son miembros de múltiples grupos y tienen múltiples afiliaciones culturales. Quinto, la diversidad trata sobre las afiliaciones voluntarias y menos sobre las afiliaciones prescritas. Sexto, la diversidad trata de resolver de una manera creativa la dicotomía de los valores universales y particulares y la cultura. Finalmente, los valores comunes compartidos por la sociedad civil sustentan el concepto de sociedades diversas.”
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