Y voló seguramente para siempre. Pasó aquella época feliz de los caballos de cartón o de madera, de los muñecos de trapo, de los trenes eléctricos, de los camiones que se arrastraban con una pequeña cuerda, de los fuertes de madera, de las arquitecturas y mecanos, de los soldaditos de plomo, de los patines y patinetas y de tantas y tantas cosas que a nosotros, entonces niños, nos hacían tan felices. El juguete nos servía de interlocutor. Ni las muñecas, ni los caballitos ni las pequeñas figurillas de plomo hablaban. Pero el diálogo se producía. Hablábamos a través del juguete, él lo hacía a través nuestro. Era perfecto. Todo dependía de nuestra imaginación. Eran juguetes duraderos, sin apenas riesgo físico al usarlos, que no siempre estaban nuevos pero sí vivos para nosotros.
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