El negro en nuestra cultura es el color del luto, de la muerte. El gris viene a significar la uniformidad, está para indicar cualquier cosa mortecina, monótona.
El opuesto reclama el conflicto, la inconciliabilidad.
Era como partir de bajo cero, tener un handicap para superar todavía antes de comenzar.
Quizás por esto los niños abandonan con rapidez el juego de sombras: terminados los descubrimientos que sobre ellas se producen, los posibles lugares de procedencia de luces y sombras; mueven también los juegos hacia investigaciones relacionadas, como el sobreponer recíprocamente la sombra, el reproducir, con la sombra de las simples manos, animales más o menos deformes. Queda una sustancial indiferencia para nuestra fiel compañía.
Proponer usar la sombra como medio de expresión y de comunicación no era pues fácil, tampoco lo es para los adultos. Para enseñar, se enfrentan a los ejercicios con la esperanza de aprender cualquier cosa útil.
Pero Florian Soll y Gerd Haehnel (del movimiento Freinet alemán) se presentan en San Lorenzo de Venecia. En la Semana Santa de 1985, nos habían devuelto una antigua atracción que habíamos perdido.
Proponiéndonos una pizarra luminosa como medio técnico junto al proyector de diapositivas, nos restituían sombras magníficamente coloreadas de rojos y amarillos intensos, negros más negros que el negro, sutiles matices de grises, arco iris producido al traspasar una sola pompa de jabón por un haz luminoso
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