He vivido y trabajado durante varios años en un país extranjero donde cada noche escuchaba el ruido del agua cuando por fin llegaba a llenar un deposito colector. Estos
escasos litros de liquido eran para mi un preciado tesoro que debía ser racionado pensando en los días en que ni siquiera llegaban.
Yo esperaba pacientemente cada noche hasta escuchar el delicioso ruido sabiéndome privilegiado ya que mientras tanto otros hacían cola (o la "cadena", como dicen allí) para coger agua de una fuente medio en ruinas.
Cuando venía a Francia en vacaciones, no conseguía acostumbrarme al hecho de ver brotar
agua de un grifo por el simple hecho de girar una llave; tampoco podía soportar ver u oír la menor fuga de agua convertida para los demás en algo tan banal.
Cuando algunos años más tarde me enteré de la existencia de los Talleres de agua, comprendía con alegría que por fin se me presentaba la ocasión de poner en practica una sensibilización activa sobre el problema del agua en el día a día.
|