Aceptar que la práctica educativa debería limitarse sólo a la lectura de la palabra es un grave error, puesto que debería incluir la lectura del contexto, la lectura del mundo. La esperanza tiene su matriz en la naturaleza del ser humano. Cuanto más sometido y menos pueda soñar con la libertad, menos podrá afrontar sus desafíos. De ahí que la educación al servicio de la dominación no puede provocar el pensamiento crítico y dialéctico sino favorecer el pensamiento ingenuo sobre el mundo. El educador progresista no puede reducir su práctica docente a la enseñanza de puras técnicas o contenidos sin implicarse en el ejercicio de la comprensión crítica de la realidad. La inteligencia crítica de algo implica la percepción de su razón de ser.
Si hacemos todo lo posible para democratizar la escuela desde el punto de vista de la de cantidad y la calidad, estaremos seguros de nuestra opción progresista. Una de las funciones de los liderazgos democráticos es superar los esquemas autoritarios y propiciar toma de decisiones de naturaleza dialógica. El educador progresista no puede vivir de forma mecánica la tarea docente. No puede realizar la mera transferencia del perfil del concepto del objeto a los educandos, esperar a que la enseñanza de los contenidos, en sí misma, provoque la inteligencia radical de la realidad puesto que eso es asumir una posición espontaneista y no crítica.
Para cambiar lo que estamos siendo es necesario cambiar radicalmente las estructuras de poder. Pero ningún partido lo hace solo; tampoco cualquier alianza entre partidos lo puede hacer. Solamente fuerzas que se sienten de acuerdo ante principios fundamentales pueden unirse para el cambio necesario. Para esto la mayoría de los progresistas deberían haber entendido ya que las transformaciones sociales sólo se dan realmente cuando la mayoría de la sociedad las asume como suyas y trata de ampliar el campo social de la aceptación. Hablamos de luchar por la unidad en la diversidad.
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