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Estás aquí:  Inicio >>  Cuentos, poemas, relatos >>  "De cuerpo presente"
 
"De cuerpo presente"
 

Desde la ciudad de Rafaela, Pcia. de Santa Fe, Angel Balzarino nos envía el cuento "De cuerpo presente".
“De cuerpo presente" (c) Angel Balzarino Llegó el momento. Me dejaron para el final. Antes debí presenciar la muerte de ellos. Antonio, Francisco, Condemaita. Mis pequeños Hipólito y Fernando. Ella. Micaela querida. Los seres más cercanos. Con los que compartí tanto tiempo de lucha y afecto. Sin posibilidad de efectuar un gesto para salvarlos. Los tiranos consiguieron su propósito. Gozar por anticipado con mi sufrimiento. Reducirme. Agravar la tortura. Pero no les daré el gusto de una súplica. Soportaré cualquier cosa. Un día de gloria. De nuevo surge fulgurante nuestro poder en estas tierras. Hoy recibirán un castigo ejemplar los jefes de la sublevación. Ningún indígena se atreverá a levantar nunca más un dedo en signo de protesta o malestar. Obediencia. Es lo único que deben aprender. A sangre y fuego. Ahora, en el centro de la plaza, a la vista de todo el pueblo. Y yo, José Antonio de Areche, disfrutando el privilegio de ser quien imparte las directivas para el bien y la grandeza de nuestra amada Corona. Seguro e inflexible. Así se sintió aquella tarde en la plaza de Tungasuca. Después de recorrer durante muchos años campos y minas como arriero, tratando de transmitir a hombres y mujeres el deseo de concluir con el sojuzgamiento y la expropiación que llevaban a cabo sin piedad los invasores españoles, por primera vez tenía el honor de manifestar su autoridad. Allí. Al dictar sentencia sobre el corregidor Antonio de Arriaga, a quien había apresado al terminar la jubilosa celebración del día del Rey. Un acto sorpresivo y contundente. Para que nadie tenga dudas de la suerte que les tocará a los demás corregidores y aquellos que pretenden ejercer abusos y quitarnos nuestras propiedades. Tras algunos minutos de hondo silencio, debido a cierta aprensión y sobrecogimiento ante el cuerpo pendiente de la horca, la multitud estalló en un solo grito de fervor y consentimiento. Tuvo de pronto la certeza de conseguir la reivindicación de sus derechos como descendiente de los incas, como dueño natural e indiscutido de esos vastos dominios. Sí. El único que puede indicar el camino. El único al que todos están dispuestos a respetar. Entonces comprendió que ya no le quedaba margen para el error o el retroceso, Debía continuar con ahínco y pasión la empresa proyectada. Sin demora, dio a conocer una proclama por la cual se concedía la libertad a los esclavos negros, envió cartas a los caciques de otras regiones para que se levantaran en pugna violenta, dispuso el reclutamiento de gente y la provisión de armas para lograr la definitiva independencia. Ahora no debernos perder tiempo. El pueblo nos apoya. Hay que dar el combate final y echarlos para siempre de aquí. A veces Micaela daba muestras de valor y decisión más relevantes que él. Lo gratificaba no sólo gozar el amor que habían empezado a compartir veinte años atrás, al casarse, sino también saber que lo acompañaba en sus objetivos, le confería fuerzas, no lo dejaba claudicar. Y un sentimiento en el que prevalecían el temor y esperanza, el odio y un indomable coraje, los embargó al llegar el momento esperado. La embestida al lugar donde, haciendo gala de prepotencia y esplendor, se habían asentado los intrusos. La antigua capital imperial. El Cuzco. Vine por ella. No podemos perdernos la ejecución. Esos bárbaros tendrán lo que merecen. Por fin se hará justicia. No pretendí contradecirla. La domina una buena razón. Su hermana fue violada por dos indios y desde entonces todos le resultan unos miserables. Hoy quiere satisfacer el anhelo de vengarse. El verdugo ya está preparado. Me mira. Atento a la orden que le permita ocuparse del último condenado. La presa más codiciada y escurridiza. Verdadero obstáculo para nuestros propósitos colonizadores. Atrapado en mis manos. La hazaña que despertará envidia y me colocará en un puesto distinguido frente al Rey. No sé si mi rostro refleja lo que experimento. Triunfo. Bienestar. Mejor lo hace mi brazo, al bajarlo. Imperativo. Atacar. Después de mantener sitiada la ciudad por espacio de quince días y enviar inútilmente embajadores para solicitar la rendición, no le quedó otro recurso. Sí. Es lo menos que desearía hacer. Pero los malditos nunca se entregarán. Micaela también intentó despejarle cualquier escrúpulo, vencer la resistencia a iniciar un acto bélico por el recelo de perjudicar a los criollos cuzqueños. Apresar sólo a ellos. A los culpables que se apropian de nuestros cosas y nos someten al hambre y se alegran de vernos convertidos en esclavos. La indignación y el afán vengativo se impusieron. Y al ordenar el asalto determinante, evocó de improviso la ráfaga de tristeza y desolación que lo había gobernado mucho tiempo atrás, a los trece años, cuando llegó por primera vez a esa ciudad para estudiar y pudo comprobar la obra demoledora de los conquistadores: el templo del sol transformado en convento; donde había estado el palacio del fundador del incanato se levantaba la catedral católica; innumerables reliquias atesoradas por sus antepasados habían desaparecido o ya eran meros escombros. Una ciudad que dejó de pertenecernos. Extraña. Arreglada al gusto de ellos. Era necesario recuperarla, otorgarle de nuevo la fisonomía que presentaba antes, libre del asedio y la desidia de los salvajes visitantes. Después de combatir encarnizadamente varios días, el objetivo se desvaneció. La inesperada y tenaz defensa de los españoles, más la llegada de algunos refuerzos, provocó una progresiva confusión y desaliento. Dispuso la retirada. No tanto por imperio de la desesperanza, sino para recobrar la calma, infundir nuevos bríos a su tropa diezmada, planear otro ataque más efectivo. Buscaron amparo entre los cerros y los montes, hasta descubrir una profunda quebrada. Es un buen sitio. Desde aquí les caeremos encima. La sorpresa y una recia arremetida les permitirían vencer al ejército realista. Comunicó el plan a sus ya escasos hombres. Pero antes de llevarlo a cabo, todo concluyó. Abruptamente. Alguien debió avisarles. Tiene que haber un traidor entre nosotros. El grito furibundo de ella pareció destrozarle la cabeza. No. No puede ser. Y aunque le resultó inaceptable, esa verdad tuvo despiadada violencia por la noche cuando los enemigos irrumpieron en el campamento y casi no les dieron tiempo para despabilarse y tomar una lanza. Vamos. Rápido. Apenas atinó a empujarlos, a ella y sus dos hijos, por el borde del cerro de Sangarará, en precipitada huida del rabioso griterío y los cuerpos trabados en lucha y el repetido fragor de los fusiles. Por fin llegaron al río. El alivio los fue dominando mientras nadaban con creciente fatiga. Al tocar la orilla no pudieron reprimir un grito. De los malezas surgieron las figuras. Amenazantes. Feroces. Cercándolos. Ahora le toca el turno al prisionero más importante. El jefe. Siento un escalofrío. Por una mezcla de repudio y miedo. Como si fuera yo el torturado. Ves. Eso es lo que yo haría con los bastardos que ultrajaron a mi hermana. Ella sigue vociferando, la boca pegada en mi oído. Aunque justifico su irritación, la pena aplicada a esos indios resulta excesiva. Es increíble, Dios mío. Al fin dio la orden. Que todo esto acabe de una vez. Rápidamente. Para borrar la visión de ellos. Allí. Indefensos. Demasiado débiles para soportar el tormento. Mis hijos. Mi fiel Micaela. Tan fuerte, a pesar de su cuerpo diminuto, que siempre apretaba con cuidado para no quebrarlo. Has sido el mejor regalo de la vida. Cómo quisiera abrazarte. Por última vez. Libre de esos cueros y sogas con que te asfixiaron. Sin lograr impedirlo. Sólo mirarte. Desesperado. El verdugo ya se encuentra muy cerca. Decidido. La ciudad completa parecía haberse concentrado en la plaza. Apretujados los cuerpos, en silencio, la mirada inquisitiva sobre ellos. Nadie quiere perderse lo que harán con nosotros. La muerte que nos tienen preparada. No alentaba el pánico en él, como estaba seguro que tampoco en sus compañeros, al salir del cuartel militar, con grillos y esposas, arrastrados de una soga tirada por dos caballos. Más bien era una dosis de frustración y desencanto al notar el modo como se había truncado el propósito de exterminar a los agresores, rescatar las ricas posesiones vilmente confiscadas, devolver a sus hermanos de raza una vida digna y sin ataduras. Ahora no debían reflejar cobardía ni debilidad. La cabeza descubierta y bien erguida, sereno el semblante, los ojos fijos y brillantes. Sin vacilar en el instante supremo. Una actitud de desafío, revelando que la ruina y la proximidad de la muerte no habían menguado su audacia y fortaleza. De pronto se vio asaltado por el recuerdo del último Inca, de quien él tomó su nombre, que muchos años antes fue ejecutado allí, en la misma plaza donde se encontraban ellos. Sí. Todos comprobarán cómo los incas sabemos enfrentar a la muerte. Imperturbables. Y apartando la vista de los pobladores, la clavó en la figura corpulenta del Visitador General, que estaba ubicado en un lugar destacado de la plaza. Somos sus prisioneros. Pero no nos verá de rodillas ni pidiendo perdón. Hasta que el rostro del español, donde se dibujaba una leve sonrisa de placer y soberbia, hizo un gesto y una voz portentosa, con el claro objeto de que nadie se quedara sin escuchar, comenzó a leer la sentencia a la que habían sido condenados. La lengua. Lo primero. Acaso para evitar que los maldiga o grite de dolor. No. Sólo el silencio. Los ojos bien abiertos, Sin temblar. Ya nada será peor que haber presenciado el fin de ellos. Me acuestan en el suelo. Con rapidez atan gruesos lazos a mis manos y pies. Nunca se vio algo así en esta ciudad. Tampoco que lo hayan hecho en otra parte. Seguramente pretenden utilizar ese suplicio como escarmiento para todos los subversivos. Hasta ella, que se mostraba conforme, no lo resiste. Refugia la cabeza en mi pecho. Agitada. La abrazo fuerte. Tal vez yo también necesito el calor de su cuerpo para no desmayarme. Ahora sólo se escucha el grito de los mestizos azuzando a los caballos que tiran del prisionero. No consiguen descuartizarlo. El cuerpo del indio permanece íntegro. La mejor parte de la fiesta queda malograda. Inútiles. Buscaron cuatro caballos muertos de hambre. Habrán pensado que está hecho de barro ese desgraciado. Debe reírse de nosotros, que no somos capaces de desgarrarle un brazo. Esto puede significar mi derrumbe. Ningún valor tendrá haber aplastado la rebelión y capturado a los cabecillas. Necesito terminar tanto bochorno. Por mi honor. Urgentemente. Han querido probar conmigo la nueva tortura. Y yo soy el que más lo lamenta. Porque todavía ellos se encuentran ante mis ojos. Recordándome que nada hice para ayudarlos. Impotente. Derrotado. Un resplandor me obliga a desviar la cabeza. Comprendo. Es la hora. El verdugo baja velozmente la hoja de acero. Estalla poderoso un trueno. Las nubes oscuras se descargan en viento y lluvia. Parece una señal. La gente comienza a dispersarse, entre gritos de sorpresa y alarma. Ya sin interés por el espectáculo. Yo también, empujándola a ella, trato de alejarme cuanto antes de la plaza. Sobre el autor: Ángel Balzarino nació en 1943 en Villa Trinidad (Provincia de Santa Fe- República Argentina). Desde 1956 reside en Rafaela (Prov. de Santa Fe - Rep. Argentina). Ha publicado siete libros de cuentos: "El hombre que tenía miedo" (1974), "Albertina lo llama, señor Proust " (1979), "La visita del general" (1981), "Las otras manos" (1987), "La casa y el exilio" (1994), "Hombres y hazañas" (1996) y "Mariel entre nosotros" (1998), y tres novelas: "Cenizas del roble" (1985), "Horizontes en el viento" (1989), Territorio de sombras y esplendor" (1997). Varios de sus trabajos figuran en ediciones colectivas, entre otras: "De orilla a orilla" (1972), "Cuentistas provinciales" (1977), "40 cuentos breves argentinos - Siglo XX" (1977), "Antología literaria regional santafesina" (1983), "39 cuentos argentinos de vanguardia" (1985), "Nosotros contamos cuentos" (1987), "Santa Fe en la literatura" (1989), "Vº Centenario del Descubrimiento de América" (1992), "Antología cultural del litoral argentino" (1995). Su cuento “Rosa” ha sido incluido en Cuéntame: lecturas interactivas (1990) e integra Avanzando: gramática española y lectura (3ª Edición, 1994, 4ª Edición, 1998), obras editadas en los Estados Unidos. Otro cuento, “Prueba de hombre”, integra la antología “Narradores Argentinos” (1998), publicada por la Revista “Cultura de Veracruz”, México.
 
 
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